ACAY 2000: Pedaleando por las nubes
La travesía más alta de América y el mayor desafío
en travesías organizadas de la Argentina
Mariano
Loréfice - Experto de Aventurarse
Por
tercer año consecutivo organizamos la travesía de
cicloturismo más alta del continente. Esta vez fuimos
25 los protagonistas que nos juntamos para alcanzar
el Abra de Acay (4895 m.s.n.m.) y realizar un ascenso
al paso rutero más alto de América, que supera hasta
seis veces en altitud loscruces andino-patagónicos.
Esta travesía nos llevó a ascender por sobre las
nubes hasta el paisaje celestial de la Puna. En
las increíbles noches pudimos soñar y viajar mas
allá de millones de estrellas que son invisibles
desde la ciudad. ¿Quién dijo que con la bici no
se puede llegar al cielo?
Peligro, riesgo y control
Ascender
aun más alto que el "Tren de las nubes" y en bicicleta
significa encarar un gran reto. El oxígeno se reduce
a casi la mitad: es necesario doblar el ánimo y
las ganas para vencer el apunamiento. La magnitud
y el grado de la aventura están condicionados por
el conocimiento, la capacidad o el profesionalismo
del que la encare; lo que para algunos es aventura,
para otros más experimentados es simple rutina.
Sin embargo, al ascender en bici el rendimiento
de todos disminuye, y las nuevas sensaciones de
pedalear en la disipada atmósfera de la Puna son
un desafío para todos sin excepción. Una persona
bien preparada, aclimatada y con conocimientos,
puede llegar al Abra pedaleando con sus cuatro alforjas.
Otra persona bien entrenada, sin alforjas, muy liviana
y sin una estrategia inteligente, puede descompensarse
y tener consecuencias gravísimas, que lo pueden
llevar hasta la muerte. Es decir que de nada sirve
la fortaleza física sin el conocimiento y la prudencia.
La travesía del Acay conlleva muchos riesgos. Para
mí como organizador es un verdadero desafío. Me
gusta ver a la gente luchar, que se sienta triunfadora
y que realice su propia fantasía. En esta travesía
se brindó el conocimiento y la estructura necesaria
para que los participantes no se embarcaran en una
empresa suicida y pudieran disfrutar del ciclismo
de aventura en un entorno turístico diferente, en
el cual los paisajes se viven, las vistas panorámicas
son ganadas al trepar y el placer se relaciona con
el deleite del lugar, el esfuerzo y el sentimiento
de realización que nos queda con el "lo hicimos".
Al organizar esta travesía parto de la base de que
voy con un grupo de entrenamiento en su mayoría
pobre, para el que encarar semejante desafío implica
un reto. Por más que no vayan cargados y les demos
un servicio de asistencia y comidas, el esfuerzo
va a depender íntegramente de ellos. Deberán aprender
a regularse y encontrar sus ritmos en la extraña
y disipada atmósfera de la Puna, sin jamás entrar
en el terreno del sobreesfuerzo. Está contemplado
que se bajen de la bici, se recuperen y caminen.
No todos sabemos escuchar nuestro cuerpo y es común
que algunos se dejen llevar por emociones subjetivas:
dentro de mis posibilidades los observo y aconsejo.
El triunfo
La
mayoría llega caminando, con un triunfo personal
destacable y con lágrimas que marcan la emoción
y el sentimiento de realización. En otras travesías
las lágrimas se dan sólo después de un porrazo.
Para mí fue una satisfacción ver a la gente y sentir
que tuve protagonismo al desarrollar un plan y estrategia
que les ayudo a llegar ahí. Es también una satisfacción
ver que gente común, con una aficción deportiva
media, y con un promedio de edad de 47 años, lo
logren. Y qué decir del compañerismo en un grupo
en el cual se establecen lazos de amistad. La experiencia
demuestra que a veces, cuando la gente está muy
bien entrenada y se adapta óptimamente a la montaña,
realiza todo el recorrido pedaleando y llega al
Abra como quien supera una cuesta más. Esta gente,
por lo general, desconoce el sentimiento de euforia
o lo experimenta en un grado menor que la gran mayoría.
Se va con la sensación de haber disfrutado de lugares
alucinantes, en vez del triunfo de haber superado
un gran obstáculo y participado en un gran desafío.
Una u otra experiencia valen por igual, como paseo
de aventuras o como desafío de alta montaña. Creo
que cada cumbre que hacemos, en definitiva está
dentro de nosotros mismos. Nos ayuda a abrir otras
puertas y andar nuevos caminos.
Recorrido
470 kilómetros, que se completan pasando por los
siguientes lugares:
- Quebrada
de Escoipe. Desde el valle de Chicoana hasta el
pie de la Cuesta del Obispo.
- Cuesta
del Obispo. Durante 20 kilómetros se supera un desnivel
de más de 1200 metros, con un espectacular panorama.
- Valle
Encantado. En el final de la Cuesta del Obispo,
un desvío de 3 kilómetros lleva a este paraíso perdido.
- Parque
Nacional Los Cardones. Los cardones son una variedad
de cactus que crecen a partir de los 2000 metros de
altura y alcanzan a vivir hasta 200 años.
- Recta
del Tintín. Quince kilómetros en línea recta, que
se caracterizan por su efecto ilusorio.
- Valle
Calchaquí Superior. Desde el histórico pueblo de
Cachi hasta el pie del cerro Nevado de Acay.
- Abra
de Acay (4895 mts.). Paso carretero con categoría
de Ruta Nacional más alto de América. Supera por 100
mts. al Mont Blanc, la montaña más alta de Europa.
- San
Antonio de los Cobres. Desde aquí se asciende al
Abra Blanca. El viaje termina con un largo descenso
a Salta por la Quebrada del Toro, a la par de las vías
del Tren de las Nubes.
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